Desde tiempos remotos, las velas nos han servido como instrumento de suma efectividad para diversas prácticas y utilidades cotidianas. Antes de la aparición de la luz eléctrica, contábamos con sólo estas pequeñas varillas de cera, o bien de grasas animales o hasta aceites de esperma de ballena, para iluminar nuestras noches y otorgarnos protección de los peligros que acechaban en la oscuridad.
Y aunque nos protegían de la oscuridad tangible de la noche, también su fuego tenía un carácter simbólico que se representaba en los diferentes rituales que desde aquellos tiempos existen. Luego de la fabricación del bombillo, la vela se convirtió casi enteramente en un artefacto místico, otorgando su llama para la elaboración de diversos rituales.